LEÓN XIII, PIO XII, JUAN XXIII, PABLO VI, JUAN PABLO II, BENEDICTO XVI Y FRANCISCO (1)


El primero, León XIII debió explicar a los feligreses católicos el extraordinario suceso de las máquinas, efecto de la revolución industrial. El Ferrocarril de transporte de carga y pasajeros dejó sin trabajo a ciento de miles de puesteros de caballos, fondas, hoteles, pensiones y residencias de viajeros. Igual suceso ocurrió con el telégrafo que transmitía trasferencias de dinero que antes debían ser transportados en mulas y guardias con custodios a la par de compulsas de juicios ordinarios con un alto costo por la manutención de los actores de tales operaciones dinerarias o de efectos dinerarios. Millones de hilanderas quedaron en la calle dado que un sujeto inventó un sistema que lograba sacar metros y metros de telas  por minutos lo cual abarató el costo otrora por las nubes. Artículos de mucho lujo al extremo que los recién casados llevaban al matrimonio dos o tres trajes a lo sumo y los baños se realizaban a la francesa, es decir, con paños mojados con jabones y sin ellos  en las zonas íntimas. Si proseguimos sería de nunca acabar. Pero León XIII debió explicar a sus feligreses como enfrentar un mundo de cosas nuevas cuyo pasado nunca sufrió mayores cambios que nacer, procrearse y morir en el mismo lugar de origen. Por eso su encíclica la tituló a “DE RERUS NOVARUM” (DE LAS COSAS NUEVAS)

El lugar de los reyes omnímodos lo ocuparan en adelante nuevos reyes sin títulos de tales surgidos de las revoluciones inglesa, norteamericana y francesa, quizá con mayor poder que principados, ducados y condados. Un modo de vida jamás sucedido, es decir de lujos y desigualdades sociales mayor a los tiempos de la nobleza. Cada inventor era dueño de su invento y podía explotarlo como quisiera quizá al extremo del aforismo romano del IUS UTENDI, AFRUENDI, ABUTENDI, que significa usar, extraer su frutos y hasta abusar de la propiedad. En 100 años sucedió lo que no aconteció en 1.000 años. La iglesia desacomodada como se hallaba luego de la reforma luterana y demás sectas protestantes, reaccionó con la contra reforma. Pero los sucesos de la revolución industrial rebasaron todo pronóstico. De ahí la sabiduría de nuestro Papa León III. A propósito de él, debemos recordar que nuestro primer obispo diocesano, Monseñor Sinforiano Bogarín en 1896, luego de la hecatombe del genocidio paraguayo, le pidió auxilio y logró la venida al Paraguay de los padres Bayoneses de Betharam de mayoría francesa. Nace así el colegio San José que tantos hombres ilustres y de valientes defensores del chaco dio a la patria paraguaya que hasta hoy se puede ver en el paseo central que conduce a aquella tremebunda construcción de principios del siglo XX.

De esta encíclica nuestros jóvenes fundadores, se valieron para establecer la doctrina y los principios de la asociación nacional republicana como bien lo expresa Leandro Prieto Yegros. Contra las cosas nuevas liberales no hay otra defensa que la solidaridad con los menos dotados para enfrentar un mundo nuevo lleno de tentaciones y miserias. Es así que ni bien llegada la revolución de 1904 dirigida personalmente por el presidente de Argentina, general Julio Argentino Roca, en su segundo mandato 1898 – 1904 en compañía del liberal paraguayo, Benigno Ferreira, su compañero de colegio en Entre Ríos (colegio San José del Uruguay) y posteriormente en Campo de de mayo en el colegio militar, nada pudo oponer la ANR. Pero a partir de ahí surgen sus primeras espadas que se escudan en la encíclica papal para defender los principios cristianos contra el comunismo ateo recién llegado con los revolucionarios y a la cabeza marchaba entre otros, el anarquista, Rafael Barrett (fallecido en España en un manicomio.)

Así, los nuevos pollos de, Bernardino Caballero, el añoso general en la última etapa de su vida, se llamaron Arsenio López Decoud, Fulgencio R. Moreno, Ignacio A. Pane, Ricardo Brugada, Antolín Irala, entre otros, quienes amoldarían nuestro sagrario a las cosas nuevas y los nuevos tiempos pues después del genocidio contaba el Paraguay con tan solo 5.000 hombres sanos. No se podía construir ideología alguna por falta de habitantes sino a recorrer la patria como lo hizo el presidente, General Bernardino Caballero para observar como ayudar a una patria casi extinguida por nuestros tan  malos vecinos de siempre, Argentina y Brasil.

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