Por Ramón Casco Carreras
Paraguay es sin dudas un país de marcados contrastes, hasta en la comunicación de sus defectos o virtudes en esta “intensa temporada” de caza de inversionistas extranjeros.
Los apologistas del agronegocio en territorio paraguayo, incluso ante la insinuación de una crítica, con una intolerancia mal disimulada responden que el Paraguay, mejor el sector primario de su economía, exporta alimentos para 50 millones de personas del planeta.
…No obstante, en esa confusa mezcla de lo claro con lo obscuro, incluso en un escenario internacional, con una audiencia planetaria, nos referimos al foro “Invertir en Paraguay” que se llevó a cabo el lunes último en Madrid, nada menos que su presidente de turno, el Sr. Horacio Cartes, vomitó el mensaje que “nosotros (los paraguayos) exportamos pobreza a España y recibimos (de los españoles) capacidad”.
¿Son las dos caras de la realidad nacional? Si optamos por un análisis epidérmico, responderíamos esta pregunta con un sí. Un examen más profundo, empero, probaría que una de ellas es la consecuencia del la otra. En otras palabras, el agronegocio, debido a sus características, exigencias, etc. es la causa de esta suerte de diáspora de la mano de obra campesina.
Sin embargo, en esta columna no pretendemos resolver esta ecuación, por cierto demasiado compleja, sino averiguar si la República del Paraguay exporta riqueza o pobreza, incentivados por la logorrea de nuestro Primer Mandatario.
¿Exporta pobreza … el Paraguay? En rigor, en el presente, enviamos al exterior –además comodities– mano de obra escasamente calificada, que en coyunturas de bonanza económica, como la que tuvo España hace tres lustros, es aceptada con gusto e incluso explotada en los trabajos despreciados por los autóctonos.
La tesis cartiana de la pobreza exportada por nuestro país no se sostiene. Esa mano de obra, bruta dirán algunos, con su trabajo, los más pesados, en los andariveles que les destinaron, produjo riqueza para las economías que los países que los recibieron, a cambio de remuneraciones muy inferiores a las de los locales.
Recordemos, además, que la “pobreza” exportada, según cálculos del Banco Central del Paraguay, remesaba a nuestro país una suma que superaba los US$ 500 millones e incluso arañaba las barrera de los US$ 1.000 millones, según fuentes extraoficiales.
¿Incontinencia verbal, aturdimiento o coherencia?
No fue el primer brulote, hubo otros aún muy recordados y, cuando un hecho se repite, sigue cierto patrón de conducta, es natural que se desate la preocupación, que la inquietud se propague.
¿Es tan pobre nuestro país que nos obliga mendigar la ayuda extranjera, a descender hasta los bajos fondos de la humillación para despertar la conmiseración de algún inversionistas extranjero?
¿Tan indigentes somos los de esta generación que estamos metiendo las manos en los bolsillos de las generaciones futuras al empapelar con bonos el país y ahora también parte de los mercados de valores del mundo?
Los adláteres de Primer Mandatario nos dicen y sus ecos en las organizaciones gremiales del empresariado doméstico repiten, nos machacan, que para desarrollar el país debemos mejorar su infraestructura, ponerla a la altura de las que tienen nuestros posibles competidores y que para eso necesitamos, como mínimo, US$ 10.000 millones,
Sin embargo, no explican a qué tipo de desarrollo se refieren y qué infraestructura es la que requiere con urgencia esos US$ 10.000 millones. El leitmotiv de este libreto son las rutas, los puertos, aeropuertos, etc.
La lógica formal nos enseña que de premisas correctas se desprende una conclusión correcta. Luego si la intención es mejorar esa arista del conjunto infraestructural del país, la conclusión es que los agroexportadores, a través de sus voceros del gobierno de turno, así como las uniones, asociaciones, cámaras y federaciones, solo buscan reducir los costos, los tiempos, la seguridad, etc., de sus remesas de productos a sus mercados compradores.
El desarrollo –hoy lo admiten y predican instituciones multilaterales de peso y prestigio– debe ser sostenible y al modelo que campea en el país, está visto, no le importa el ecosistema y tampoco, la vida que en él pulula. Los índices de deforestación, primero de la Región Oriental y en el presente del Chaco paraguayo, son apenas el botón del muestrario de pruebas.
¡Somos ricos! ¡Tenemos Itaipú y Yacyretá!
Los últimos gobiernos, con frondosas y costosas delegaciones recorren Europa, EE.UU, Asia, América del sur buscando inversionistas y colocando sus bonos soberanos, pero no se pasan por alto que nuestro país, al ser copropietario, por partes iguales de las hidroeléctricas más prolíficas del mundo, es inmensamente rico.
Itaipú, con una producción que oscila hoy entre los 90 millones y 100 millones de MWh por año, de los cuales, de acuerdo con el fin o propósito de su tratado, Art. XIII, 45 millones o 50 millones pertenecen a nuestra República, en los últimos 35 años subsidió el crecimiento de la industria brasileña y especialmente de la gran urbe paulista.
“… Debemos tener siempre en mente esta consideración; sin la energía generada por Itaipú… no podría existir el Brasil de hoy”, admitía Mario Gibson Barboza, excanciller de la República Federativa del Brasil durante la suscripción del Tratado y uno de los padres de Itaipú, según algunos historiadores, en memoria “Na Diplomacia, o Trazo Todo da Vida” (Editora Récord, 1992).
En Paraguay no podemos decir algo parecido siquiera. En 35 años, según fuentes técnicas, aprovechamos apenas el 10% del total y el resto de su alícuota debió entregarlo, obligatoriamente, a su socio paritario a cambio de una “compensación”, que incluso hoy, luego los “históricos” acuerdos de 2009, está por debajo de los US$ 10/MWh sobre el costo de producción de la usina. “Justo precio”, se lee incluso en el considerando del Tratado, que incorpora de esa manera uno de los principales logros del Acta de Foz de 1966, stricto sensu, ni precio, ni mucho justo. Una verdadera desviación del fin o propósito del Tratado.
En Yacyretá, con 20 millones de MWh/año, en la que también somos copropietarios, y en cuyo tratado el fin o propósito también es la división de la energía por partes iguales, el cuadro es más dramático, en 20 años de producción, pudimos aprovechar del 5,7%, nuestros socios, el 94,3%, para colmo de males pagando apenas una parte de la mísera “compensación” que nos impusieron.
Insistamos entonces, los recursos, no solo energéticos, sino también financieros que necesita el país están dentro de su territorio, pero falta lo fundamental: la decisión política.
Riqueza
Esa mano de obra, en los andariveles que les destinaron, produjo riqueza para las economías de los países que los recibieron.
Decisión
Los recursos, no solo energéticos, sino también financieros que necesita el país están dentro de su territorio, pero falta lo principal: decisión política.