RESUMEN DEL TESORO DEL MARISCAL


En aquellos días de mediados de febrero Del Valle iba al frente de las carretas más cargadas con oro. El Coronel Del Valle le entregó una pistola. Cirilo tenía otra y una carabina moderna. Ya tengo una le dijo, pero su jefe insistió: “Hay muchos asaltos a las carretas, le dijo a uno de sus ayudantes de mas confianza”.

Después el coronel cruzó el paso por la noche  y se fue con unos soldados con las carretas, y le ordenó cuidar las demás con otros soldados de fiar. Le dijo: “Estas carretas las enviaré al Mariscal que las espera cerca de aquí y mañana a la noche regresaré”. Nadie, supuso,  se dio cuenta de su ausencia  porque  en el campamento se quedaron dormidos y como muertos todo el día siguiente. Hacía dos jornadas que no comían absolutamente nada. El Coronel Romero y su raleado regimientos de esqueletos con no más de 100 plazas algo rezagados avanzaban como tortugas por causa del hambre. Otros desertaban o se perdían por el monte hasta morir. Pero algunos querían robar el oro. Otros decían para que quiero oro si voy a morir. ¡Un pollo o un pato, es lo que quiero!, ¡carne es lo que quiero! En verdad, el oro no valía nada. Pero un grupo de mujeres querían quedarse con cadenas y alhajas y le pedían todo el tiempo al coronel Del Valle que les regalara porque o sino lo robarían los brasileros que estaban cerca y sabían del valioso cargamento. Alguien por lo visto les informó. Seguro que algunos desertores Del Valle regresó como  le anunció a su ayudante. Al parecer nadie se dio ni cuenta. Al amanecer apareció el Coronel Romero y otros jefes. El Coronel Del Valle les preguntó: “¿porque tardaron tanto?”. Romero se reía cuando le contestó: “por esto”, y le mostró dos carretas cargadas con carne seca y algunas reses que traían. Ahí salvaron sus vidas.. Pero, ¿qué fue de los soldados que le acompañaron al Coronel Del Valle. Hasta hoy uno de los grandes misteerior que dieron pie para que se tejieran numerosas conjeturas. Lo cierto es que la gente se recuperó en dos semanas con la carne seca. Se llenaron la panza y se volvieron de nuevo agresivos como antes. Sería el 28 de febrero. Volvieron a atacar las carretas. Pero eran repelidos a balazos por los leales de Del Valle. Romero y otros jefes comían aparte y conferenciaban con Del Valle se supone con relación al futuro incierto que vivían Entre tanto las mujeres le pedían igualmente al Coronel Romero y a los otros jefes que les dieran las alhajas. Eran  agresivas y repetían en guaraní: “Pe`e tavyron, pe ipota pico la kambá kuera o mondá la ñande oro” (Nota: Ustedes imbéciles quieren acaso que roben los brasileros nuestro oro”.) Ellos le respondían que solo el Coronel Del Valle podía disponer de eso. ¿Cómo toleraban los jefes esos insultos tan desfachatados? En esos días ya nadie respetaba nada. Solo los soldados fieles y algunos jefes y oficiales. Pero algunos  también se rebelaban. Entonces Del Valle les desarmaba con sus dos pistolas acompañado por sus soldados. Ya quedaban pocos fieles y cada noche se mataba uno o dos asaltantes. Hasta ese punto llegaron las cosas. La gente recuperó sus fuerzas y pensaba que con ese oro podían reponerse en el futuro. Otros decían en guaraní: “omanoma Mariscal, oyuka chupé brasilero cuera”. (Nota: Ya murió el Mariscal, le mataron los brasileros.) Posiblemente querían decirle a los jefes “repartámonos el oro si ya todo está perdido”, se deduce. El coronel en esa época se comunicaba con el Mariscal por medio de un indio de su confianza de la parcialidad Caiguá. Al parecer el 2 de marzo de 1870 vino el indio y habló con el coronel. Siempre se reunían por la noche. Y después el indio se fue. Cuando se despidieron según algunos Del Valle le entregó una pequeña bolsa. Según reseñas de familias Del Valle les informó a unos pocos leales que el  Mariscal: está muerto. El indio Caiguá me informó que el 27  de febrero los aliados lo tenía totalmente rodeado. Y su cacique  insistía en llevarlo a lo más alto de la sierra  donde nadie lo podría encontrar, pero él se negaba siempre. Según el indio era cuestión de uno o dos días para el desenlace”. Y conociendo la decisión de López de buscar su inmolación relatadas por el mismo Washburn así como  en numerosas ocasiones en distintos discursos recogidos por la historia. El Coronel Del Valle ya debió estar enterado desde el 2 de marzo por la noche que López estaba muerto. No habrá querido comentar con nadie por temor a los saqueos y muertes innecesarias por causa del oro y las joyas. El 3 de marzo muy temprano llama a toda la gente que ya lo estaba por volver loco, particularmente las mujeres. Antes se reunió con los jefes. Luego les dijo en voz alta para que todos escucharan: “Hemos decidido poner punto final a la lucha.  Hasta aquí llegamos. El tesoro nacional lo repartiremos equitativamente entre todos”. La gente al escucharlo exclamó ¡pipu!,!pipu! (Nota: Similar al Hurra) (Nota: Hace 100 años. Efraín Cardozo. Toda esta parte y lo que sigue  está consignado bien documentadamente en el tomo XIII correspondiente a mediados de febrero hasta el 4 de marzo en que suscribe Delvalle una nota con sus compañeros al Mariscal  en la que le dicen que ya no continuarán la lucha sin saber que en la fecha señalada Lípez ya había sido muerto en Cerro Cora.)
De acuerdo a lo comentado por el Coronel Centurión yo saqué por conclusión que el Coronel Del valle debió conocer la muerte del Mariscal cuando firmó la nota del 4 de marzo.
-    ¡Acertó!, señor. Y hasta hoy usted fue el único que acertó. Yo no cumplí la orden de mi coronel de callarme cuando algunos años más tarde alguien me comentó el caso. Pero nadie me tomó en serio y me dio rabia. Yo pues soy un hombre humilde, señor.
-    Continúe, Don Cirilo. Esta pequeña historia es increíble. Pierre y yo leímos el libro de un escritor italiano famoso llamado Emilio Salgari. Pero luego de interiorizarnos del tema por el Coronel Centurión, el señor Gregorio Benites y ahora por usted, nos damos cuenta que ese escritor no tenía la más remota idea de lo sucedido, salvo en una cosa.
-    Qué cosa, señor.
-    Una cosa sin importancia, prosiga Don Cirilo.
-    Bueno. Entonces la gente, unas 250 personas entre hombres y mujeres, preguntó como sería el reparto. Mi coronel les dijo: “Hoy vamos a contar todo lo que nos queda. También prepararemos una nota respetuosa entre los jefes para enviarla al Mariscal, diciéndole que nos es imposible continuar”. La gente aprobó. Y preguntó a qué hora se iba a repartir la plata y el oro. Mi coronel contestó: “Mañana 4 de marzo al amanecer comenzaremos a repartir”. Todos aceptaron.
-    Suponemos Pierre y yo que usted fue el contador principal, Don Cirilo.
-    Así es. Pero me ayudaron algunos soldados, mientras dos jefes supervisaban, además de mi coronel.
-    Y llegó el día fatal, Don Cirilo.
-    Esa parte me hace mucho daño, señor. Estoy agotado.
Jean y Pierre resolvieron suspender la audiencia para el día siguiente. Cirilo con tantas emociones vividas ese día y el largo relato posterior, se descompuso.  Tales cosas hicieron mella en sus fuerzas y su ancianidad completó el resto, a pesar de conservarse bastante fuerte para sus años. Cayó la noche y se dispusieron a preparar la cena. No permitieron que Cirilo hiciera nada, debía permanecer sentado dentro de la carpa frente a la mesa plegable que llevaban, salvo que prefiriera acostarse. Le sirvieron té y luego comieron. El tema de conversación se relacionó con la floresta, los pájaros y los animales que vieron por el camino. Poco después se acostaron. Al día siguiente luego del desayuno prosiguió el relato. El propio Cirilo insistió.
-    Señor, al amanecer del 4 de marzo mi coronel y los demás jefes enviaron la nota con un oficial  llegado en ese momento que no sabía del reparto del tesoro. Traía carne seca y parecía bien alimentado. Por las dudas el coronel le entregó 20 monedas de oro diciéndole: “Si no llega a tiempo o no puede avanzar más este dinero le servirá para sobrevivir”. El oficial se marchó con el mejor caballo que teníamos. Luego comenzó el reparto. A las mujeres les entregó cadenas, aros, anillos, medallas y crucifijos que había en buena cantidad. Provenían de las confiscaciones hechas a las familias de los traidores.
-    ¿De los fusilados en San Fernando?
-    Sí, la mayor cantidad les pertenecía a esas familias, señor. Entre tanto, un oficial se escapó porque no estuvo conforme con su parte. Iba a “yaguarearle” (delatar el hecho) al Mariscal. Entonces los jefes decidieron hacerle seguir por otro oficial quien lo mató.
-    Y……….. ¿todavía no tenían noticias de los brasileros?
-    Pocos después llegó un pombero nuestro, una especie de vigía para que entienda mejor, señor, y nos informó que el enemigo venía a nuestro encuentro con un desertor que les servía de baqueano. Según su parte, se hallaban a unos 4 kilómetros, o sea, a menos de una hora.
-    Entonces, Don Cirilo, ¿fue en ese momento que las mujeres se decidieron a enterrar sus alhajas?
-    Se volvieron locas. Buscaban cuchillos y cosas punzantes y después se perdieron en el monte. En ese instante mi coronel le entregó 100 onzas a cada jefe, que eran cinco. 50 onzas a los oficiales que eran veinte, 10 onzas a los sargentos y cabos que eran como cincuenta, y 5 onzas a los soldados que eran en ese momento unos cien. Y a mí me entregó 50 onzas como los oficiales pero a escondidas. Enseguida ordenó a los jefes y oficiales que se dispersaran y enterraran una parte si lo deseaban.
-    De manera que, ese día quedaron libres de seguir luchando, interviene Pierre.
-    Sí, nosotros con mi Coronel Del Valle y Romero y unos  100  hombres más o menos, entre  jefes, oficiales y tropa, ya no recuerdo el número exacto porque todo fue tan rápido, nos escondimos en un monte cercano cuando llegaron los brasileros con algunas de las mujeres a quienes las traían maniatadas.
-    Supongo para que les indiquen en donde escondieron las alhajas, aclara Jean.
-    Así es, señor. Creo que muchas de ellas contaron los lugares aunque varias ya ni siquiera podían reconocer sus marcas colocadas en la selva. Además, otras les señalaron el monte donde estábamos escondidos. Nos intimaron rendición. Si  nos rendíamos nos garantizaban la vida porque la guerra terminó, dijeron. Entonces mi Coronel Romero sospechó de una trampa y le alertó a mi Coronel Del Valle.
-    Sin embargo, el Coronel Del Valle se rindió inmediatamente luego que enviara a un oficial a parlamentar, agrega Jean.
-    Sí, ese oficial regresó con carne, dulces y frutas diciendo que los oficiales brasileros le abrazaron y le convidaron con café y cigarros. Esto le fundió a mi Coronel Del Valle y a los otros que escondieron su pequeño tesoro antes que llegara el enemigo. Mi Coronel Del Valle no recibió ninguna onza a pesar que mi Coronel Romero insistía en que él debía recibir la mayor parte.
-    Entonces se entregó con los demás que le acompañaron, le recuerda Jean.
-    Sí, señor, pero antes me dijo: “Usted Cirilo ahora pasa a servir bajo  las órdenes del Coronel Romero”. Yo no acepté su disposición, y le seguí, a pesar que con la mano me decía que regresara. Esa su cara noble con el gesto diciéndome “Sálvate Cirilo”. No olvidaré nunca. Sueño con ese momento muchas noches.
Cirilo entró nuevamente en un profundo sollozo acompañado por Jean y Pierre. ¡Qué tragedia tan inmensa aquella! ¡Qué momentos tan brutales vivió aquel anciano! ¡Cuántas miserias y pasiones! ¡Cuánto dolor! Los tres sollozaban desconsoladamente. Poco después Cirilo se calmó y prosiguió.
-    Mi coronel y los que le acompañaban eran unos 40 entre jefes, oficiales y tropa. Prosiguieron su marcha detrás de mi coronel Del Valle. A mí me salvó mi Coronel Romero, ese gran señor, con un sacudón en el brazo cuando me siguió para traerme. Me retó en voz baja: “Cirilo, órdenes son ordenes, usted se queda conmigo o,  ¿acaso no escuchó la orden de mi Coronel Del Valle?
-    Menos mal,  Don Cirilo. Qué razón tuvo ese jefe en desconfiar de los regalos del oficial.
-    Cierto, señor. Los brasileros creyeron que todos nos rendimos  porque mi Coronel Del Valle le dijo al más antiguo del enemigo: “Señor aquí se encuentra todo lo que quedó de mi cuerpo entre jefes, oficiales y tropa”. “Estamos en manos de vuestra magnanimidad”. Nosotros oíamos lejanamente su voz. Mi Coronel Romero susurraba una y otra vez, “Juan Bautista nos quiere salvar”, decía. Porque en verdad el enemigo con sus veloces caballos nos hubieran podido tomar enseguida si sospechaban de nuestra presencia.
-    Y…. ¿qué le contestó el jefe brasilero al Coronel Del Valle?, Don Cirilo.
-    “¡Qué cuerpo ni nada!, ustedes deben contar donde enterraron el oro. De lo contrario vamos a matarlos”. Entendíamos bastante el portugués por los prisioneros brasileros.
-    Y……..ustedes, ¿continuaban allí?, Don Cirilo.
No, íbamos deslizándonos hacia atrás, poco a poco, con dirección a unas pequeñas grietas que nos servirían de picada y que el Coronel Romero y yo conocíamos muy bien. Pero procurábamos no mover ni una sola hoja para no alertar al enemigo. Al llegar al lugar que era bien alto y rodeado de espeso follaje, saqué una tela verde obscura de gamuza de las que sobraron luego del reparto. Entonces, me asomé un poco hacia arriba poniéndome en la cabeza la tela para que se confunda con la tupida selva. En ese mismo momento pude ver cuando le degollaron a mi coronel. Su cabeza cayó a un costado mientras él se desplomaba simultáneamente y la sangre le salía a chorros de su cuello. Cerré los ojos y  sentí el tirón de mi Coronel Romero que me llevaba hacia la picada salvadora
Juan Bautista Del Valle, merece un estudio minucioso. Fue becario a Europa como los demás que partieron en 1858. Estudió diplomacia y sirvió en la legación. Hay testimonios que él, Centurión y Benites en aquellos tiempos eran estrechos amigos y comunes antagonistas de Cándido Bareiro. Del Valle, cuando su amigo Benites asumió la legación, decidió partir a la guerra. ¿Por qué lo hizo?  No es posible que una persona en su sano juicio busque una muerte casi segura para ir a pelear en desiguales condiciones cuando que el propio Mariscal López, en carta firmada por él y dirigida a Benites le dice con relación a Del Valle “que se quede a ayudarlo a usted” y agrega “salvo que él prefiera venir”. Con un sueldo razonable, con la anuencia de su presidente, viviendo en Paris, la ciudad luz, el centro del mundo en esa época, Del Valle prefiere venir a morir en su país. La valentía consiste en dominar el miedo. Buscar el peligro sin ser uno destinado a pelear por la autoridad encargada de conducir la lucha, no es valentía sino temeridad. ¿Por qué Del Valle fue entonces tan temerario? ¿Qué lo movió a realizar un viaje casi imposible? Se dirigió al istmo de Panamá, desembarcó, siguió camino en mugrientas carretas, con un calor sofocante, en un terreno hostil plagado de mosquitos como solo se sufre cerca del ecuador  y a nivel del mar. Luego vuelta a embarcarse hasta encontrar un puerto boliviano o chileno. Nuevo desembarque. Cruce de la cordillera de los Andes a más de 4.000 metros de altura con un frío terrible y aire escaso durante semanas hasta llegar a Santa Cruz. Ahí tuvo que contratar un servicio caro. Le esperaba un nuevo desierto sofocante de más  de 800 kilómetros  hasta arribar a Corumbá, y de ahí los más de 700 kilómetros restantes por agua y tierra hasta  Paso Pucú. No existe registro histórico de otro viaje de más de 15.000 kilómetros durante la guerra con el solo propósito de pelear contra una poderosa alianza sin órdenes expresas. Su decisión tuvo que tener un fondo pasional. Convengamos que Del Valle, un joven apuesto, debió conocer a muchachas de su edad. Permaneció muchos años en París.
Si se insiste en decir que obró por ser un patriota temerario, ¿como se explica su firma al pie de la nota dirigida al Mariscal el 4 de marzo de 1870 diciendo que renunciaba a seguir luchando para luego repartirse el tesoro como lo hicieron y consta en instrumento probatorio? ¿Cuál es el motivo de esta actitud de alguien que hizo un viaje penoso de más de 15.000 kilómetros para pelear hasta vencer o morir? Consultado el caso con historiadores y jefes de la guerra del Chaco ya fallecidos, la inmensa mayoría concluyó diciendo que ello constituía uno de los grandes misterios de la guerra de la Triple Alianza. Pongámonos de acuerdo en una cosa. El Coronel Del Valle fue el orgullo del Mariscal López. Llegó a coronel en dos años superando el récord del General Caballero quien peleó casi cuatro cruentos años para obtener tal grado. Buena cantidad de escritores paraguayos y extranjeros citan el regreso de Del Valle como un hecho insólito. El abandono de la ciudad luz sin órdenes expresas de López. Además, fue nombrado custodio del tesoro y nunca expuesto a encuentros peligrosos. ¿Cómo se explica entonces que lo mismo obtuvo el grado de coronel como Florentino Oviedo o el propio Centurión que combatieron durante toda la guerra? Oviedo debió llevar a pulso uno de los cañones más modernos de la época, conquistado a lanza y corvo durante la segunda batalla de Tuyutí para poder ascender dos grados en un día. Caballero en Estero Bellaco conquistó otros obuses de bronce para tan solo recibir como premio el título de Caballero de la Orden Nacional del Mérito y siete meses más tarde su ascenso a mayor por recomendación del General Díaz. Sin embargo, Del Valle  recibió la apreciada orden de caballero con solo pisar suelo paraguayo. Es evidente por la documentación, existente que Del Valle no almorzaba ni cenaba con el Mariscal con la frecuencia que lo hacían Resquín y Caballero,  y antes de San Fernando,  los generales Barrios y Bruguez. Su responsabilidad le impedía alejarse mucho de las carretas cargadas de oro y plata. Por otra parte es bien sabido que López se detiene dos veces para esperarlo. La primera parada sucede a la altura de Punta Porá. La siguiente, luego de cruzar por segunda vez la cordillera de Amambay de este a oeste ya en territorio brasilero. El primer cruce se operó a la inversa de oeste a este en el paso principal de la cordillera, en territorio paraguayo. En la segunda pausa lo aguarda nada menos que una semana. Al no tener más noticias de él regresa a territorio paraguayo por el paso de Chiriguelo y finalmente acampa en Cerro Corá.

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