Jueves, 8 de febrero de 1940 AÑO I – NUM. 145
CARTA ABIERTA
AL GENERAL DON JOSÉ FÉLIX ESTIGARRIBIA
General:
Algo más grande que mi voluntad, la voz inflexible del deber, me impulsa a escribiros esta carta. No mueven mi pluma la pasión política, el odio ni el deseo de venganza. Pero siento que no puedo ni debo rehuir el mandato imperioso de mi conciencia, que hoy me erige, no obstante mi pequeñez y mi debilidad, frente a frente de vuestro poder y de vuestra fuerza. Y lo voy a cumplir, aunque tuviera que pasar en esta prisión injusta el resto de mis días.
General: cuando una mañana retornasteis del exilio y el fervor del pueblo se desbordó para recibiros con una verdadera apoteosis, muchos creímos que el dedo de Dios os señalaba claramente como al Reconstructor de la Patria que anhelábamos, y así como habíais salvado al Paraguay en la guerra, con vuestra espada victoriosa, la salvaríais de nuevo en la paz con vuestra actuación de gobernante.
Pasadas las primeras efusiones de vuestro arribo, un amigo y yo mantuvimos con vos frecuentes entrevistas; en ellas os enteramos minuciosamente de las hondas inquietudes patrióticas que conmovían nuestras almas. Y os entregamos nuestros planes, ideario y programa que examinasteis con cuidado y sumo interés, para manifestarnos luego que compartíais por completo, en todo y por todo. Y afirmasteis que era necesario hacer la REVOLUCIÓN NACIONAL conforme a ellos, como único medio de salir de la ignominia y el atraso en que vegetaba el país por obra de tantos lustros de predominio liberal. Ese programa y ese ideario son los que más tarde desarrollamos desde EL TIEMPO sin variarles una tilde: la necesidad de instaurar un gobierno AUTÉNTICAMENTE NACIONAL que llevara a cabo la REFORMA DE NUESTRAS CADUCAS INSTITUCIONES en el sentido de la DEMOCRACIA ORGÁNICA y obtener así el progreso integral de la Nación por encima de las conveniencias subalternas de las banderías políticas que disgregan el país en estériles pugnas de prepotencia.
Bien sabíais que a nosotros no nos incitaba ninguna ambición personal; convencidos de la bondad de nuestra doctrina y de la eficacia incontrastable de nuestros ideales, sólo buscábamos al hombre capaz de encarnarlas en la realidad y hacer efectiva así la salvación de la República. Vos erais el más indicado para esa empresa gigantesca y cuando demostrasteis un gran entusiasmo por ella, empeñamos todos nuestros esfuerzos, sin temores ni desfallecimientos, a fin de coadyuvar, con un grupo de amigos, a vuestra ascensión al gobierno, a pesar de la resistencia que encontrábamos.
La víspera de vuestro viaje a los Estados Unidos, me visitasteis en mi casa y aún resuenan en mis oídos vuestras palabras: «Algunos liberales quieren propiciar mi candidatura para la Presidencia de la República, pero les he contestado con una rotunda negativa, pues ello significaría que yo me abanderizo en sus filas, lo cual no puedo hacer evidentemente sin disminuir mi personalidad después de haber conducido en la guerra al pueblo en armas sin distinción de matices políticos, no debo aceptar la presidencia sino llevado a ella en la misma forma: por todo el pueblo paraguayo y no por una secta partidaria». Y ante una pregunta que os hice, ratificasteis lo dicho con mayor energía: «mi decisión es irrevocable; JAMÁS ACEPTARE SER LLEVADO A LA PRESIDENCIA POR EL PARTIDO LIBERAL».
Pasaron los meses y regresasteis de los Estados Unidos; y unos días después en una visita a la Dirección de EL TIEMPO os expresabais así: «Se piensa proclamar mi nombre para las próximas elecciones presidenciales. Me sentiría muy feliz si lograra reunir en un haz de corazones y voluntades al Ejército, a la juventud, a las masas obreras y campesinas y a todos los ciudadanos bien intencionados en torno a un grandioso ideal de reconstrucción nacional. Estoy trabajando en ese sentido porque entiendo que sería la única solución de nuestros problemas. Nada he resuelto todavía respecto a mi candidatura para la Presidencia de la República; probablemente hacia fines de la semana entrante daré mi respuesta».
Y cuando luego el Partido Liberal se decidió, muy a pesar suyo, a proclamar vuestra candidatura, nos llamasteis para recabar nuestra modesta opinión. Os la dimos, como siempre, sincera y sin reservas, en sentido negativo, por muchas razones obvias, que reprodujimos ampliamente en varios editoriales de EL TIEMPO. Unos días después nos manifestasteis que las circunstancias del momento político os inducían a variar vuestra decisión primera, así como en la guerra del Chaco habíais cambiado más de una vez de planes tácticos según los movimientos del enemigo. Pero que la aceptación de vuestra candidatura ofrecida por los liberales no implicaría ninguna claudicación del ideal nacionalista que sustentábamos, pues haríais lo mismo un gobierno verdaderamente nacional y realizaríais la REVOLUCIÓN DESDE ARRIBA, única forma posible en el Paraguay de imponer la profunda y radical transformación que él reclamaba. Idéntica manifestación hicisteis a muchos otros ciudadanos nacionalistas que tenían como nosotros, entera confianza en vuestras promesas. Y pasaron otros meses, General, y asumisteis el mando. Nosotros, fieles siempre a nuestro ideal, publicamos de nuevo EL TIEMPO, para continuar difundiendo nuestra doctrina, la misma que habíais dicho compartir enteramente, pero de la cual ya comenzabais a renegar en discursos y programas. ¡Y desde entonces, vuestros sucesivos actos de gobernante demostraron que os ibais entregando cada vez más a la influencia de la nefasta oligarquía que antaño repudiarais con máxima firmeza! Poco más tarde, la calumnia aleve se ensañó en nosotros; se arrojó sobre nuestro nombre honrado el estigma infamante de «traidores a la patria», por el único delito de mantenernos fieles a la norma de acción política que vos aprobasteis. Un miembro de vuestro gabinete era el calumniador, según lo demostramos con evidencia; no obstante, ¡vos lo sostuvisteis! Otro Ministro vuestro atentó contra una casa de estudios para evitar un acto de desagravio nacional a la figura prócer del doctor Luis Alberto de Herrera, el denodado defensor de los derechos del Paraguay y por añadidura, vuestro amigo; ¡vos lo secundasteis y para imponer de nuevo la perdida influencia de la oligarquía en la Universidad, habéis destruido de una plumada su gobierno autónomo, una de las conquistas más indiscutibles de los tiempos modernos! ¡Y por último, como colofón inaudito, propiciasteis un proyecto de ley que hubiera matado todas nuestras más caras libertades de pueblo digno y altivo entronizando el más inaceptable de los totalitarismos y la más cínica dictadura que se conozca en los países de América!
¡Y todo ello para amparar los intereses subalternos de la casta oligárquica; todo ello para proteger a politicastros corrompidos e incapaces; todo ello para evitar el derrumbe definitivo de un régimen que se viene cayendo a pedazos y cuyos escombros están impidiendo cualquier obra constructiva; todo ello para acallar nuestra prédica, amordazar nuestra palabra y ahogar para siempre el ideal nacionalista que alienta en la juventud y en el alma del pueblo que combatió en el Chaco, sufrió penurias indecibles y ganó batallas memorables a vuestra voz de mando!
General: no os puedo perdonar vuestra claudicación sin paralelo; no en cuanto ella me afecta personalmente, pues con esta prisión que ahora sufro me honráis infinitamente más que cuando visitasteis mi pobre morada y porque la lógica de las cosas exige que cuando los delincuentes gobiernan (vos tenéis uno en vuestro gabinete) las personas honradas vayan a la cárcel… No os niego mi perdón por esta «recompensa» que me otorgáis, que es la más bella a que podría haber aspirado y cuyo recuerdo legaré a mis hijos con legítimo orgullo, como la más alta ejecutoria de mi vida. No, General, no es por esto por lo que no os puedo perdonar. Es por vos mismo; es por vuestra gloria, que así mancilláis; es por vuestro magnífico destino, que así torcéis; es por ese purísimo ideal nacionalista, que así defraudáis; es por la patria, triste y lacerada, que así habéis olvidado para defender las conveniencias mezquinas de una banda tenebrosa y voraz, única responsable de su infortunio inmerecido, de su miseria sin nombre, de su servidumbre infinita…
El pueblo tampoco os podrá perdonar. ¡Vos que fuisteis escogido por Dios para salvar al Paraguay en el fragor de las batallas, lo estáis matando lentamente en las labores de la paz! ¡Vos que pudisteis ser el INICIADOR admirable de la NUEVA EDAD de Reconstrucción Nacional, sois apenas el cómplice de un absurdo intento de recomenzar el ciclo oprobioso cerrado con la Epopeya del Chaco!
General: la justicia de la historia, como la de Dios, es a veces tardía pero insobornable y fatal. Aquella no se ocupa de los pequeños como yo, que no dejan trazo alguno en sus páginas de bronce; pero tendrá que ocuparse de vos, que habéis llenado con los resplandores de la victoria un capítulo entero de nuestra vida. ¡Temed entonces que su fallo inapelable llegue a apagar por completo ese nimbo de gloria que os rodea! ¡Temed que su juicio severo tenga más en cuenta vuestros desaciertos de gobernante que vuestros triunfos de soldado!
Acaso pensaréis (o pensarán otros de seguro) que yo no soy nadie para negaros mi perdón ni para tener la osadía de escribiros en este tono, siendo vos un General famoso, de genio militar, Presidente de la República, y yo un simple ciudadano, de nombre obscuro, sin brillo ni investidura alguna. Si pensaran así, les replicaría tan sólo: El firmante de esta carta es un hombre honrado que nunca ha mentido. Y ese título bien vale la fama, el genio y el poder.
CARLOS R. ANDRADA
Nota: Carlos Andrada, responsable de el semanario EL TIEMPO junto a sus demás colegas, Luis Andrés Argaña, Antonio Espinoza, Sigfrido Gross B., entre otros, gobernaron con Higinio Morínigo luego de la muerte de José Félix Estigarribia. Muchos consideran que este gabinete fue el mejor en la historia política del Paraguay. Por primera vez las reservas monetarias superaron a la deuda externa. Nace el guaraní que se mantiene durante varios años a 3,12 respecto del dólar. Hicieron frente a los avatares de la segunda guerra mundial que en nada afectó al Paraguay. Pero carecían de electorado razón por la cual fueron despedidos al conformarse el gobierno de coalición entre colorados, febreristas y militares en julio de 1946. Es bueno hacer notar que los que le sucedieron a Estigarriba tampoco fueron una democracia dado que la decisión de éste, de decretar una tregua política, se mantuvo hasta la fecha referida en que nace lo que se conoce como PRIMAVERA DEMOCRÁTICA.
Director:
Excelente, exquisita, terrorifíca y tan solo tenía un delincuente…
Osvaldo esto es la excelencia en unas cuantas líneas.
Pero, señala nuestro inexorable derrotero para que la balanza vuelva a su fiel….
Esta carta es un mojón profético Osvaldo, es un Paraguayo hablando de nosotros, sus hijos.
importante documento , cualquier parecido con la realidad actual es pura coincidencia…el partido liberal eligió a estigarribia y también a lugo, salvando las distancias entre ambos.
lugo es un engendro de fadul, y nicanor y su pandilla soberbia le dejaron correr pensando que no llegaría…