En el Paraguay del “cambio” los políticos bastardean las instituciones de una forma alevosa. En realidad, nada distinto de cómo se manejaron los gobiernos de signo colorado durante los 19 años que siguieron al golpe de Estado, cuando se derrocó al último tirano que tuvo al país cautivo de sus caprichos. La dirigencia política debería ser consciente de que el bochornoso espectáculo que ofrece a la ciudadanía está teniendo un pernicioso impacto en nuestra democracia. No es posible que sigan disputándose el Estado como si fuera una puta barata, sin querer ofender a las damas que se dedican a esa profesión.
La realidad que cada día es reflejada en los medios de comunicación no puede ser más decepcionante ni tampoco más afrentosa. En todos los niveles de la pirámide estatal cunde un vergonzoso manoseo institucional. Lo que sucede en el Senado es una prueba patente de ello. La Cámara Alta funciona desde hace ya demasiado tiempo sin contar con el mínimo de 45 miembros establecido en la propia Constitución Nacional (Art. 223).
El debate en torno a quiénes deben integrarla, si Alberto Grillón y Nicanor Duarte Frutos, si Jorge Céspedes u Octavio Gómez, y si se les permite o no participar en las sesiones se convirtió a estas alturas en un culebrón deplorable.
Interpretaciones constitucionales antojadizas, sesiones convocadas y desconvocadas, debates interminables sobre supuestas aplicaciones reglamentarias y actuaciones más propias de una telenovela de mal gusto que de una institución venerable, han convertido al Senado en un verdadero circo.
En otro frente, el del Poder Ejecutivo, la situación no es menos decepcionante. En vez de dedicarse a gobernar, a brindar seguridad a la gente y a administrar con seriedad el país en los menos de dos años que aún le restan, el Presidente de la República está enfrascado en “negociaciones” –entiéndase transas de baja estofa– destinadas a asegurarse de que se elimine la figura de la senaduría vitalicia de la Constitución Nacional y así poder aspirar a un curul activo en la Cámara Alta en el próximo periodo para seguir ocupando una posición de privilegio en los cinco años que seguirán al año 2013.
En pos de la construcción de las “mayorías” que la implementación de su plan reformista requiere, se hace lo que sea: se prometen cargos en ministerios, se sacan y se meten ministros, se negocian partidas presupuestarias, se pisan honras, reputaciones y conciencias, se divide a movimientos de un mismo partido político, se reparten dineros públicos. En verdad, a esta altura de los acontecimientos, el escenario político nacional se ha convertido en el reino del vale todo.
El descaro y la incongruencia llegaron a niveles realmente sorprendentes, hasta el punto de que nadie ya repara ni siquiera en mantener un mínimo de coherencia entre sus posiciones actuales y aquellas que defendían en el pasado. Ahí están el propio Fernando Lugo, el senador Carlos Filizzola y otros tantos referentes del gobierno del hipotético cambio: ayer enemigos acérrimos de la reelección presidencial, impugnadores indiscutidos de la candidatura de Duarte Frutos al Senado, convertidos hoy sin ningún tipo de vergüenza en los más encendidos promotores de ambas cuestionadas propuestas, las que conciben como la única estrategia posible para seguir beneficiándose de las mieles del poder una vez que termine el actual mandato constitucional.
Lo que antes era inmoral, improcedente, sin ningún asidero legal, de la noche a la mañana, como por arte de magia, se convierte ahora en algo éticamente aceptable y políticamente justificado.
Atravesamos uno de los peores eclipses en la historia de la moral pública a nivel nacional. A nadie le preocupa la probidad, la honestidad de aquellos que son escogidos para desempeñar los cargos más representativos del Estado; solo importa su grado de sometimiento a los dictados de los capitostes partidarios de turno. Las instituciones republicanas han sido totalmente vaciadas de contenido, desnaturalizadas, prostituidas por una clase política angurrienta e irresponsable.
Surge, pues, como un imperativo de la historia, la necesidad de emprender la labor de la reconstrucción moral de la Nación. Pero esta tarea no la harán los actuales politiqueros corruptos, no vendrá de arriba para abajo, sino al revés, emergerá del pueblo, de su hastío ante el espectáculo obsceno que le ofrece su dirigencia.
De allí la importancia de prepararse para las próximas elecciones. En los dos años que vienen, habrá que ser exigentes con quienes se lancen a la vida pública, tomando nota de sus capacidades, propuestas y trayectorias. Más de dos décadas ininterrumpidas de ejercicio democrático deben llevarnos a los paraguayos a la madurez política, para que sepamos elegir a los mejores, a los honestos, a los esforzados. Y también, al mismo tiempo, para sepultar en el basurero de la historia a los que nos ofenden constantemente con su inconducta y su desatino, a los que convierten al Estado en una vulgar meretriz que se usa o se desecha, se vende o se compra de acuerdo a conveniencias coyunturales. ¡Basta de prostituir al Estado!
23 de Agosto de 2011 00:00