CERRO CORÁ: EL 1 DE MARZO DE 1870 SE CONSOLIDA NUESTRA INDEPENDENCIA


En ocasión de un aniversario más del holocausto patrio extraemos partes del último capítulo del libro, Bernardino Caballero, El Auténtico, Libro Primero.

La resistencia de López consolida la independencia

La lucha tenaz destruye las aspiraciones aliadas contenidas en el tratado secreto. Colombia y Perú se manifiestan contrarios a cualquier cercenamiento del territorio nacional. Los EE. UU., incluso con la interferencia del Imperio y algunos funcionarios y congresistas venales que bloquean el envío de un nuevo ministro residente al Paraguay cerca del gobierno del Mariscal, se oponen al festín de la alianza con advertencias de intervención. De pronto, los coaligados quedan maniatados ante la opinión pública internacional. Si bien no sucede al momento una intervención, son presionados a respetar el territorio paraguayo. En cierto modo, López, con su bravura y tenacidad, consigue sus propósitos a través de su resolución a ultranza. El vencedor, como él piensa, no es el que queda en el campo con vida sino aquel que muere defendiendo una causa justa. La guerra se hubiera venido de todos modos, de manera que con el sacrificio suyo finaliza la lucha por la independencia del Paraguay, cosa no muy bien consolidada todavía debido a las apetencias del Imperio y la Argentina. El uno en la región oriental, y el otro en la occidental, lo cual hubiera reducido casi a la nada la soberanía territorial paraguaya. Las naciones de Europa presionan paralelamente. En cierto sentido los invasores son ahora los sancionados mientras la presa todavía se sostiene en las selvas del Amambay en espera de su hora.

Doña Melchora de Caballero es llamada por el Mariscal

La noche del 28 de febrero, el Mariscal la hace llamar a Doña Melchora Melgarejo de Caballero. Sabe que al día siguiente entrarán los invasores a Cerro Corá y que los 341 defensores nada podrán hacer para impedirlo. Al propio tiempo tiene muy en cuenta la promesa dada a su hijo, el general, de que protegería a su familia igual que a su mujer y a sus propios hijos. La anciana se acerca a su carpa y es invitada a entrar. El Mariscal la recibe con mucho cariño y le ofrece un asiento.

– Doña Melchora, ha llegado la hora final. Mañana yo no existiré. Pero le he hecho una promesa a mi amigo Bernardino que ahora la quiero cumplir, le dice el Mariscal, mientras observa lágrimas en los ojos de la visitante.

– Señor Presidente, yo estoy en este campamento gracias a su buena voluntad. La causa de V.E. y de mi hijo es la mía, contesta la señora.

– Lo sé y mucho aprecio. Pero ahora yo quiero recomendarle algo muy importante. Aquí tengo un trozo de tela que reservé para usted. Aquí guardará todas las cosas de valor de su familia y las enterrará. Después se ira hacia los montes con sus hijas y mi familia, señalándole la zona por donde no habrá tropas enemigas.

– Señor, así lo haré.

– Si no logran escapar aguarde allí y cuando vea a un jefe brasilero de alta graduación diga que usted es la madre del general Bernardino Caballero. La respetarán porque su hijo ya es conocido internacionalmente y no se arriesgarán a proceder contra usted y sus hijas como quizá lo hagan con otros.

El Mariscal la toma fuerte de los brazos y se despide de ella. Es otro momento de gran emoción. Ambos saben que nunca más se volverán a ver. Doña Melchora sigue al pie de la letra la recomendación del Mariscal y entierra sus pertenencias de valor con las de su hijo. Pero sus hijas se niegan a dejar sus libras esterlinas en la espesura de la selva y se las llevan consigo. Más tarde serán respetadas en sus vidas y en su honor como vaticinó el hombre de cuidado pero no su pequeño tesoro que será objeto de saqueo. (Versión recogida por Oleary de Doña Basilia Caballero de Bareiro 42 años más tarde de los sucesos en el dormitorio de su hermano moribundo.)

1 de marzo de 1870

Está por despuntar el alba en Cerro Corá cuando llegan dos mujeres al campamento. La primera informa que el enemigo llegó y se apoderó de un reducto defensivo del arroyo Tacuaras, distante 5 kilómetros, lo cual deja expedito el camino del paso del Aquidabán. La segunda confirma la versión de la primera. El Mariscal reúne a sus jefes y oficiales consultándoles el curso de acción a seguir. Nadie emite sonido pero Aveiro le dice que ellos están para cumplir sus órdenes. El Mariscal entonces les anuncia su decisión de resistir allí mismo. “Peleemos todos juntos hasta morir”. (Aveiro, obra citada) Envía al Comandante Solís a defender el paso pero pronto recibe la noticia de su muerte y de casi toda su tropa. El enemigo avanza con Cámara a la cabeza, único director de la guerra luego de la defección del Conde D´Eu, declarado incapaz por Paranhos y por los jefes brasileros. El otro cuerpo no llega a tiempo en el Chiriguelo para el ataque simultáneo por el frente y por la retaguardia, pero aún así la desproporción es tan grande que igual se deciden a arrollar al Mariscal, sabedores por los desertores Carmona y Villamayor, que los acompañan como baqueanos vestidos con uniformes brasileros, de la poca gente con que cuenta.

Al promediar la mañana, los brasileros ya están sobre el paso del Aquidabán. Aquí los espera con sus pocos cañones y tropas el coronel Ángel Moreno. Se traba el combate pero la desproporción es tan enorme que aquello, entre la observación, la colocación de cañones y la ocupación de los flancos y el ataque mismo, dura menos de una hora, no porque no lo pudieran hacer en algunos minutos sino por el temor de una emboscada, la obsesión del General Cámara. La “cautela” brasilera hace honor a sus antecedentes, siempre tan criticada por la prensa argentina que la cataloga de “la cobardía brasilera”.

Mientras tanto en el cuartel general, el Mariscal espera con no más de 150 hombres, ministros, jefes, oficiales, clases, soldados, civiles y clérigos. Allí se encuentra la nación en armas: El vicepresidente Francisco Sánchez, el ministro de Guerra, Luis Caminos, los generales Resquín y Delgado, el coronel José María Aguiar, y los sacerdotes Román y Maiz, entre otros.

El jefe de la mayoría, Juan Crisóstomo Centurión, recibe la orden de ver lo sucedido en el paso que se encuentra a unos 700 metros del lugar en donde se encuentra el presidente del Paraguay. Al rato vuelve y sin desmontar frente a su superior por exigirlo la premura del tiempo, le dice “El enemigo ha traspuesto el Paso”. Entonces López dando algunos pasos al frente, grita: “A las armas todos”. (Centurión, obra citada)

La muerte del Mariscal

Al ver aparecer a la distancia dichas fuerzas, López se coloca en posición y ordena tirar a la vanguardia enemiga que ya avanza para atacar. Esta es repelida y retrocede. (Resquín, obra citada)

El jefe de la misma, Coronel Silva Tabares, se presenta y ordena a su caballería a incorporarse así como a los rifleros. (Oleary, obra citada) La distancia entre ambas fuerzas es de aproximadamente 400 metros y el reloj marca las 10 de la mañana. El termómetro llega a 30º y la humedad, propia y constante del lugar, duplica el índice de incomodidad. Pero ninguno de los presentes siente calor sino el ardor propio de quienes saben que esta es la última batalla. Al frente se hallan miles de soldados enemigos con sus carabinas cargadas y acompañados de su numerosa caballería riograndense.

Los esperan 150 harapientos paraguayos con su Capitán General a la cabeza. Monta éste un caballo bayo medio flacón. Viste blusa celeste, pantalón azul oscuro con tiras bordadas de hilos de oro, larga bota guerrera, sombrero panamá y en la mano la espada levantada con puño de oro ostentando en su plano el lema “Vencer o Morir”. El momento es solemne. Durante unos minutos los brasileros permanecen indecisos. (Oleary, obra citada)

En esos momentos de perplejidad, el coronel Juan C. Centurión se pone al frente desplegando a la tropa mientras se le acercan el Mariscal y su hijo Panchito. Empieza la lucha. Llueven los proyectiles disparados por los invasores mientras la caballería enemiga inicia su galope. Centurión recibe un impacto de bala en la cara que le lleva la dentadura inferior y parte de la legua mientras su montado recibe otro en un lugar vital muriendo al instante. El herido busca refugio en el monte cercano.

– Quién es ese que sale, grita el Mariscal.

– Es el Coronel Centurión, gravemente herido, le responde Panchito. (Centurión, obra citada)

La masacre es total. Uno a uno van cayendo como si se tratara de una competencia de tiro al blanco, mientras los paraguayos armados de sables, cuchillos y lanzas no pueden evitar ser batidos tan despiadadamente sin ni siquiera poderse defender antes de entregar su último suspiro.

Entonces López al ver todo perdido pega una media vuelta y dirigiéndose al galope con su hijo hacia el cuartel general, le dice a éste:

– Ve inmediatamente junto a tu madre y tus hermanitos a proteger su carreta. El General Resquín conducirá la partida de ustedes.

– Pero, papá, yo quiero pelear a tu lado, le responde el hijo.

– Es una orden coronel, vaya y cumpla inmediatamente.

– Sí papá, así lo haré, intentando tocarlo a su progenitor como un último saludo de despedida. (Resquín, obra citada.)

El desorden es completo. Corren de un lado a otro en medio de una polvareda sirvientas, ayudantes carreteros y soldados perseguidos por el enemigo, mientras otros aprovechan el momento de desconcierto para ser los primeros en saquear las carretas supuestamente repletas de oro y plata, según la información brindada por los desertores. Gritos, llantos, disparos y aullidos de dolor se confunden en medio de aquella tragedia.

El Mariscal, una vez dispuesta su última orden al General Resquín y al ver al enemigo, una media docenas de jinetes dirigiéndose hacia él, busca un atajo por el arroyuelo adonde acostumbraba ir a pescar con sus hijos, el Aquidabán niguí. En este preciso instante los demás testigos oculares como Centurión y Resquín han desaparecido de la escena. El uno, herido, deambula por los montes y el otro, a punto de ser capturado, conduciendo las carretas de la madre y hermanas de López, la de Doña Melchora y su familia y la de la señora Elisa Linch y sus hijos menores. Un último intento para salvar sus vidas, conforme a la orden recibida.

Cedámosle entonces la palabra al testigo que queda en el campo, a Silvestre Aveiro para que nos aclare lo que sucede ya que todavía continúa en el fragor: “Cuando retrocedíamos, ya casi dispersos del lado del Aquidabán y pasamos hacia el Chiriguelo, yendo yo como a treinta o cuarenta varas tras el Mariscal, y a mayor distancia, el Capitán Cabrera, que es el trompa de órdenes, y otro varios atrás que van desgranándose para tomar el monte. Seis son los enemigos de caballería, inclusive el cabo que encabeza, armado de lanza, marchando al galope tendido a flanco izquierdo nuestro y en una ensenada que forma el arroyo, pudiendo cortar la retirada a López a quien intiman rendición”.

– No me rindo, les grita un López enfurecido a los seis jinetes brasileros. Hay unos segundos de gran tensión. (Versión recogida por Resquín de otros testigos, obra citada, dado que Aveiro no rescata la contestación del Mariscal.)

– Mariscal, rendíos que tenéis segura vuestra vida y vuestros intereses.

– Tirad, miserables. Muero con mi patria, les contesta él, cambiándose las mismas palabras una y otra vez. (Versión del alférez Ignacio Ibarra, testigo ocular quien lo ayudará unos minutos después.)

Prosigamos con Aveiro:

“En estas circunstancias, el Capitán Arguello (Francisco) y el Alférez Chamorro, caballerizo éste de López, que andan también montados, van galopando a la altura que llevan los brasileros y en el punto que paran se traban en pelea a sables retirándose los dos muy mal heridos a algunos pasos de los enemigos, entre quienes también hay heridos”

Es evidente que en este momento, Aveiro, que se encuentra de a pie, gana el bosquecillo ubicado entre el arroyuelo y la ensenada donde se traba el duelo entre Arguello y Chamorro con los seis jinetes bajo la mirada furiosa de López. Estos finalmente mueren pero Aveiro, ya dentro del bosque, se entera más tarde de este hecho por referencia de terceros. Entre tanto, López va siendo embretado por los jinetes. Aveiro se acerca en la boca del monte y observa escondido la escena. Prosigamos entonces con él:

“Los que le intimaron rendición, se acercan a López, el cabo por un lado y un soldado por el otro, con ademán de tomarle de los brazos y éste (López), que lleva su espadín desenvainado, quiere tirar de punta al cabo, quien ladea el golpe al mismo tiempo de pegarle un lanzazo en el bajo vientre y el otro (el soldado) a su vez le da un hachazo en la sien derecha perdiendo su sombrero de paja (el panamá).

Aveiro, al afirmar que en ese momento aparecen Chamorro y Arguello, a quienes ya los había declarado muertos por referencias de terceros, entra nuevamente en algunas imprecisiones pero que en nada hacen variar los hechos. Sigamos entonces su relato con el Mariscal ya herido luego del encuentro con el cabo y el soldado: “Los brasileros después del combate y como a diez varas frente a López están formados, pero sin intentar ya agresión y cuando llego cerca de él, se encuentra ofrecidísimo diciendo en alta voz: – ¡Maten a esos diablos macacos!, mátenlos, mátenlos a los macacos. Se conserva a caballo, en un bayo. Llego ante él y tocándole el muslo le digo en guaraní”.

– Sígame, señor, para salvarle.

– ¿Es usted Aveiro?

(Nota del autor: Lo que sigue es la versión de Aveiro. Para ser entendida mejor, se le han hecho correcciones de forma, y particularmente en los tiempos del verbo que en nada cambian el sentido y el espíritu de la narración. Por haber sufrido estas correcciones no le ponemos comillas ni cursiva.)

Prosigue el testigo ocular respecto de los últimos momentos del Mariscal:

Dobla su caballo y me sigue. Yo había llegado allí sumamente fatigado y sin comer, aunque llevo una espada filosa no tengo aliento para cortar las ramas, entonces le hago el camino con empujones del cuerpo siguiendo las huellas o las picadas que los soldados habían abierto en busca de frutas, y como a diez varas del arroyo (Aquidabán niguí.) En una pendiente hacia el este, me caigo y el caballo pasa sobre mí, felizmente sin pisarme y enseguida se cae también López, llevando la cabeza hacia la bajada. Me levanto enseguida, con lo que López me alarga la mano haciendo ademán de que lo levante. Como es pesado, aunque trato de levantarlo, me faltan fuerzas. Entonces procuro darle vuelta hacia el lado de la altura del barranco (estaba en sentido contrario a punto de resbalarse y caer de cabeza estrellándose en el arroyo). En ese momento llega Cabrera que viene tras de mí y con él ensayamos levantarlo pero tampoco podemos, presentándose en ese momento el joven Ibarra (Ignacio) con quien lo alzamos trayéndolo del brazo hacia el arroyo, pero antes de bajarlo Cabrera me dice: – Si quiere voy a traer la gente que hay en esa rinconada, señalando hacia el sur, donde continuaban más descargas y tiroteos. Y como yo no sabía después del retroceso la distribución de las fuerzas, le doy crédito, diciéndole en guaraní que fuera a traerla en la brevedad posible, con lo que se marcha para no volver. Le llevamos entonces a López con Ibarra al arroyo que es muy resbaladizo, y que corre sobre piedras, hasta la orilla opuesta, en donde procuramos levantarlo sobre la barranquera que da hasta el fondo y no pudiendo conseguir nos dice el Mariscal: – Vean si no hay una parte más baja. Mientras tanto, se queda sostenido sobre una palmera derribada que encontramos allí y que atraviesa un ángulo del arroyo y nos separamos de él. Cuando me retiro unos ocho pasos empiezan a salir los infantes brasileros e inmediatamente nos hacen fuego.

Aquí termina la relación corregida de Aveiro. Ahora confrontemos con la versión de Ignacio Ibarra que a partir de la llegada al barranco nos ofrece algunas novedades no consignadas por Aveiro.

“Aveiro y Cabrera y yo únicos que hasta ese momento le siguen, lo alzamos de los brazos y lo volvemos en actitud de andar, pero al dar dos o tres pasos queda enteramente imposibilitado de mantenerse en pie. Los tres individuos lo acomodamos entonces sobre el mismo barranco donde quiere alcanzar y allí presa de las emociones y no menos de las heridas que acaba de recibir, queda solo aguardando la muerte.” (Se supone que Ibarra en este momento se marcha para buscar un lugar más bajo con Aveiro por orden del Mariscal como este lo afirma)

“Entre tanto la fusilería enemiga tala el montecillo con sus vivas e incesantes descargas. Antes aún que penetrase el enemigo hasta él (Cuando Ibarra y Aveiro recién iban el sitio más bajo para pasar la barranca) el alférez Victoriano Silva, ayudante del ministro Luis Caminos, …se aproxima a ofrecerle su compañía, pero él la rehúsa y lo despide entregándole como recuerdo un látigo que lleva en la otra mano”.

Es evidente que Centurión, en ese momento herido de gravedad, recoge más tarde la versión de Ibarra. Hasta aquí los testigos oculares del lado paraguayo.

Llegan pues los primeros brasileros gritando y disparando, cuyo jefe es el Coronel Silva Tavares. Pero se adelanta el General Cámara e ingresa al monte no sin antes escuchar de boca del cabo Francisco Lacerda que López entró herido “lanceado en la barriga”. El propio Tavares reclamará tal proeza por ser un integrante de su cuerpo.

– Ríndase, Mariscal, que le garantizo la vida, le intima Cámara.

– No me rindo. Muero por mi patria.

Entonces le ordena a un soldado desarmarlo y éste se trenza con la víctima y perdiendo López su espada, se sumerge y poco después exhala su último suspiro. Esta es la versión mentirosa de Cámara que hubiese corrido si él no hubiera enviado un apresurado parte en el cual confirma el asesinato que más tarde lo recoge en detalles, confrontando con otros documentos exclusivamente del lado brasilero, un historiador alemán. Veamos que nos dice el teutón en el momento de la zambullida:

“un soldado de caballería le dio el tiro mortal con una carabina cuya boca puso sobre su pecho” (Schneider)

Tal testimonio igualmente surge de la autopsia practicada por brasileros que constata dicho disparo en la espina dorsal (el pecho.) En cuanto a si el Mariscal dice antes de morir “muero por mi patria” o “muero con mi patria”, nos inclinamos por esta última frase por ser la más apropiada, teniendo en cuenta el momento y el conocimiento de la víctima que un gobierno títere, traidor y entregado a la alianza está dispuesto a entregarlo todo. No obstante, hasta hoy es motivo de controversia aunque sin mayor significación.

Lo cierto es que Cámara a partir de ese momento se pasa la vida dando explicaciones y aclamando la muerte de López a quien lo considerará siempre un valiente por el modo como entregó su vida. Con el nombre de su patria en los labios.

De todo lo antedicho se deduce lo siguiente: Cámara ordena un alto el fuego que es cumplido en todo el campamento. El silencio es sobrecogedor.

– Ríndase Mariscal que le garantizo la vida, le dice.

– Nunca, muero con mi patria. Le responde altivo López.

El Mariscal sin inclinar nunca la cabeza permanece altivo a pesar de la gran pérdida de sangre. Su rostro pálido resalta en el improvisado tablado en medio de la selva. Ha encontrado por el fin el punto geográfico inmortal. En un momento dado le tira incluso un estoque a Cámara cuando éste se le acerca. (Centurión, obra citada.) Entonces el brasilero fastidiado le ordena a un soldado desarmarlo y maniatarlo pero sin resultado. Ambos se sumergen en el riachuelo sin cejar en su empeño, el uno para arrebatarle la espada y el otro para retenerla. El momento es de gran intensidad. El titán se resiste a rendirse mientras de sus labios solo se escucha una y otra vez, “muero con mi patria”. (Aveiro, obra citada.) Entonces el general brasilero le hace una seña de aprobación a otro soldado cuando lo ve acercarse al lugar mientras al mismo tiempo le apunta al pecho con su carabina al Presidente del Paraguay.

¡Resuena un disparo!

Luego, el silencio es imponente. La sangre comienza a brotar a gorgoteos, tiñendo las aguas del arroyo que prosiguen corriendo inmutables desde tiempos remotos. Cerca de allí su mujer y sus hijos al escuchar el estallido suponen la partida del amado. Su hijo Pancho parte con él al más allá luego de comportarse igualmente como un valiente. El telón ha caído. La guerra ha terminado.

Bernardino Caballero es conducido prisionero al Brasil

Nada se sabe de Caballero. Su madre, antes de partir en esos días siguientes al holocausto con todos los recogidos vivos en Cerro Corá, pide por su hijo y avisa a los jefes brasileros que él no sabe nada de lo ocurrido ni ella si salió Bernardino con vida. Le comentan algunos que escapó de la emboscada referida conforme a la información que poseen y presumen que marcha para Cerró Cora. Pero ellos ya no tienen tropas por aquellos lugares luego de saberse el paradero de López. Eso la tranquiliza mucho a Doña Melchora y a sus hijas. Pero de cualquier modo quedará una dotación en el lugar para recibirlo en informarle de los sucesos acaecidos. Tal el respeto que inspira la figura del general paraguayo sobre quien no pesa acusación de haber hecho algo fuera de su deber de guerrero al servicio de su patria. No así con otros como el de igual grado, Francisco Isidoro Resquín, autor de la tabla de sangre de su puño y letra encontrada en Lomas Valentinas, aun cuando éste nada haya tiendo que ver con los procesos de San Fernando. Ni siquiera la familia del Mariscal ha dado malos datos de Bernardino Caballero, no así de Aveiro, Maíz y el propio Centurión quienes son conducidos maniatados y con el Sambenito de ser los mismísimos esbirros del Mariscal.

En otra parte, Caballero recién se repone con sus hombres de las fatigas y del hambre. A mediados de marzo presumen que todo ha terminado. Tres semanas después, el 8 de abril, regresa de su misión a Dorados. A orillas del Río Apa encuentra una dotación enemiga bajo las órdenes del mayor Francisco Marques Xavier que lo altea pero a la vez le envía a un oficial paraguayo a que vaya a conferenciar con él. Caballero se entera así de la suerte que corrió su amigo, el hombre de cuidado. Pero previsor y astuto, virtud adquirida a lo largo de cinco años de luchas y penurias, le pide que uno de sus acompañantes vaya a conferenciar con otros compatriotas suyos allí presentes para constatar lo sucedido. El oficial de parlamento lo trae consigo a uno de los integrantes de su expedición y los brasileros no oponen reparo alguno al pedido.

Entonces entrega al mayor brasilero las pocas armas que tiene y se pone a disposición con sus subordinados. Así, se suman a la otra columna que ya partió un mes atrás. Los brasileros no lo consideran un enemigo y marchan junto a él como camaradas. Ya no comanda el Conde D´Eu el ejército imperial. Hay instrucciones de arriba de tratarlo bien al general paraguayo. Es decir, no marcha como prisionero puesto que la guerra ha terminado.

Llega a Concepción y allí encuentra a su madre, a sus hermanas y a su sobrino Facundo. La alegría es general. La familia ha vuelto a reunirse sana y salva. Solo se lamenta la muerte de Julián, el mártir de la familia, degollado por haber defendido a su patria peleando lealmente en la fundición de hierro de Ybycuí, a cargo suyo.

Doña Melchora le comenta su entrevista con el hombre de cuidado el día antes de su inmolación y las instrucciones que le dio en la ocasión, de enterrar sus pertenencias y las demás indicaciones. Le exhibe sus monedas de oro y plata y sus condecoraciones salvadas merced a tal previsión, mientras sus hermanas, quejosas pero al mismo tiempo quejosas, le cuentan que ellas guardaron consigo sus alhajas y sus monedas y cuando el enemigo llegó, si bien las trató sin violencia alguna, se apoderó de sus joyas y de sus Carlos IV de oro y plata.

Bernardino, una vez atracado el buque en la bahía de la Asunción, se supone libre de dirigirse adonde quiera. Pero cual no es su sorpresa cuando un jefe brasilero le informa que debe ir primero junto a uno de los triunviros del “gobierno paraguayo”.

Se dirige a la Casa de los Gobernadores donde lo aguarda Cirilo Antonio Rivarola, quien lo recibe con alguna efusividad lo cual lo alerta de una celada. Muy pronto la misma queda al descubierto. Caballero puede hacer lo que se le antoje siempre y cuando apoye la candidatura de Rivarola para la presidencia de la república. El exhausto guerrero le replica:

– Yo no he venido aquí hacer política, sino a regresar a mi hogar en Ybycuí.

– Muy bien, pues entonces irá prisionero al Brasil, le responde el envalentonado triunviro.

Caballero nada puede hacer para impedirlo. Pero no está dispuesto a vender su porvenir. A esta altura de los acontecimientos sabe hasta dónde llega su prestigio. Los propios brasileros lo tratan conforme a sus antecedentes. De manera que acepta su destino y regresa nuevamente al buque que lo llevará prisionero de una guerra finalizada en el momento de la deposición de sus armas, por el solo capricho de un gobernante ambicioso, en ese momento al frente de los negocios públicos de su país. Se despide de los suyos y se embarca.

Todavía no lo sabe. Quizá lo barrunte. Pero en realidad viaja para encontrar su nueva vocación, la de político. Y porqué no, quizá llegue a convertirse en un estadista. Una vida guerrera ha quedado atrás. Mucha experiencia en el manejo de los hombres con sus aspiraciones y pasiones ha conseguido conocer y valorar. Tantas batallas lo marcaron para siempre En adelante, el guerrero sabrá manejar su nuevo destino.

2 Responses to CERRO CORÁ: EL 1 DE MARZO DE 1870 SE CONSOLIDA NUESTRA INDEPENDENCIA

  1. faty dice:

    purete iteresante

  2. faty dice:

    purete jajajaja=)

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