Por Osvaldo Bergonzi
Se trata de la recordada nave norteamericana “Watterwich” (Bruja del Agua), la misma que recibiera una bala de cañón en Itapirú en 1855, lo que unido a las reclamaciones del aventurero Eduardo Hopkins, provocara la primera invasión de ese país a Sudamérica. Su capitán fue en esa oportunidad William Jefferson Page.
Una flota de 19 navíos, con fuerzas de desembarque, llega en enero de 1859 a las Tres Bocas, confluencia de los ríos Paraná y Paraguay. Piden reparaciones al gobierno del Paraguay presido por el presidente, Carlos Antonio López. Se firma en Asunción, con la mediación del presidente de la Confederación Argentina, general Justo José de Urquiza, el tratado Vázquez – Bowling con lo cual se impide la guerra entre los dos países. (Expedición norteamericana al Paraguay. Pablo Max Insfran.)
Con posteridad este barco participa en la guerra civil del lado de la llamada Confederación del Sur, nunca reconocida como tal por el presidente de la Unión, Abraham Lincoln. William Page luego de la derrota sureña se va a vivir a Europa y ya no regresa. Allí muere a los 95 años. En tanto su barco entra en la historia pues el museo naval con asiento en la ciudad de Columbus, Georgia, decidió resucitarlo con sus mismas dimensiones. En unos meses más, estará siendo exhibido en la mencionada ciudad al lado del museo.
Se trata de la única nave de la guerra civil al tamaño original. Sin duda los americanos son un pueblo con tradiciones y recordaciones. Ni bien uno examina el territorio enseguida se topa con campos de batalla de la independencia, con casas que fueran ocupadas por próceres. Cerca de Washington se halla Mont Vermont, la residencia de George Washington. Más allá las de Jefferson y Jakson. En Sprinfield, Illinois se puede visitar su residencia o el estudio jurídico de Lincoln, tal cual las dejara para ir a ocupar la presidencia.
Hacemos este recuento histórico como mea culpa por nuestra carencia absoluta de tradiciones. Vayan y vean en qué estado se encuentra el monumento de Ita Ybate, cerca de Villeta, con todas los recordatorios de metal robados, incluido el busto de bronce del Mariscal, con una caseta donde brotan arboles dentro, sin ninguna guardia que cuide y limpie aquel campo santo de tantos sacrificios.
En un país desentendido de su historia y tradiciones no se puede crecer y menos colocarse entre las primeras naciones pues sus semillas se hallan sepultadas sin poder germinar para señalar a las generaciones presentes y futuras quienes fuimos y adonde pretendemos llegar.