Por Cándido Silva
Resulta sumamente atractiva la idea recientemente lanzada de consensuar un candidato único para la Presidencia de la Junta de Gobierno de la ANR. Una magistral propuesta que debería considerarse con la seriedad que amerita, claro está, tras los comicios municipales del 7 de noviembre próximo, nunca antes de ese evento de singular trascendencia para el futuro del coloradismo.
De materializarse el oficioso impulso supondrá un formidable avance hacia la recuperación del poder constitucional en el 2013, aunque debemos coincidir en que el mismo se enmarca más en los etéreos señoríos de la fábula que en los crudos dominios de la realidad.
No obstante, si se encarare la iniciativa con la formalidad que el caso concita, se pondrá a candente prueba el grado de madurez y sabiduría política de los mandos superiores e intermedios del Partido Colorado, dado que entrará en juego la clarividencia de éstos para advertir la enorme conveniencia de la proposición, a la par de evidenciar en terreno la buena voluntad para los renunciamientos y concesiones en aras de la institución partidaria y la meta compartida que identifica a afiliados y simpatizantes.
Que bondades y ventajas ofrece la idea, nos preguntamos todos los genuinamente interesados en el asunto. Sencillo de responder: instalar en el trono de Bernardino Caballero a un hombre o una mujer que en su momento haya conquistado el respeto, la admiración y la confianza de sus conciudadanos correligionarios, por lo rectilíneo y ejemplar de su conducta pública y privada, y cuya misión cardinal consistirá en administrar el Partido acorde a los supremos objetivos de la entidad, inmune por completo al acentuado proselitismo movimentista característico de las primarias.
En síntesis, de una lista previamente pactada e integrada por conspicuas personalidades republicanas, escoger, también de común acuerdo entre las partes negociadoras, el nombre de una individualidad que se haya ganado la adhesión unánime o, en su defecto, el voto favorable de una cómoda mayoría, de modo a que la figura seleccionada no sea tachada por sector interno alguno y en su oportunidad sea triunfalmente proclamada por el Tribunal Electoral Partidario (TEP).
Cuál es el propósito puntual de la propuesta, es otra de las interrogantes que surgen. Igualmente simple de contestar: que el liderato del gobierno partidario, en tiempos de electoralismo de entrecasa principalmente, recaiga en una persona comprobadamente ajena a las desbordantes pasiones del internismo, un autorizado gerenciador de disensos, un elemento aglutinador de fuerzas circunstancialmente dispersas, en fin, una suerte de arbitro que junto a los jueces naturales, los Tribunales de Conducta y Electoral Partidario, garantice una competencia doméstica sin privilegios ni segregaciones para nadie, donde los ocasionales contendientes desarrollen sus respectivas campañas en un ámbito de auspiciosa certidumbre libre de suspicacias y parcialismos.
Debemos reconocer que de plasmarse el anteproyecto, éste no abarcará al pleno de la Junta de Gobierno, atendiendo que convenir un solo nombre deviene relativamente más fácil que concertar una nómina de 89 candidatos, lo que insumiría un espacio de tiempo extremadamente extenso por las inacabables tratativas que exigirá, en este caso, el arribo a un consenso, de por sí utópico.
Ahora bien, si la feliz sugerencia de dotar a la titularidad del Partido de una estampa neutral prendiere en el ánimo del pueblo colorado en su aspecto general, habrá que elaborar los dispositivos idóneos para determinar las piezas que componen el conjunto, examinarlas, debatirlas, y pulirlas, si falta hiciere, para posteriormente someterlas al juicio del soberano a través de sus dirigentes locales y departamentales.
Obviamente, las bases de todo el país, las Seccionales, tendrán una activa participación en este menester, pues son estos organismos los auscultadores innatos del sentir poblacional, ya que se vinculan directamente con los colectivos republicanos de sus jurisdicciones, y sus recomendaciones y puntos de vista serán concluyentes al instante de la toma de decisiones.
De llevarse a la práctica esta antigua inspiración, a la sazón resucitada, significará una enriquecedora experiencia, una gimnasia cívica que develará con nitidez si la celebrada vocación de poder del Partido Colorado, admitida por los propios adversarios, se conserva incólume o se halla en retroceso por obra y gracia del llano político.
Desde esta modesta columna, instamos a esa sociedad integrada por cerca de 2.000.000 almas nacionalistas a que con lucidez, sin apresuramientos, pero sostenidamente, profundice el tema, y tal vez entonces podamos en unidad indisoluble transformar entelequia en realidad.