Por Cándido Silva
El calamitoso episodio protagonizado por militares que tirotearon en Huguá Ñandú contra una Comisaría, pese a que efectivos castrenses y policiales se hallan accidentalmente aliados en la caza de una gavilla de bandoleros de izquierda, exhibe, tal cual resaltábamos en el artículo precedente, la acerba y disparatada rivalidad que a la sazón persiste entre los uniformados de verde olivo (verde o) y los ataviados de beis (caqui).
La vituperable experiencia de la madrugada del domingo corrobora dicha aserción y revela lo riesgoso de que militares y policías, en permanente discordia, actúen combinados, más aún cuando el objetivo perseguido se sitúa en esferas de la seguridad interna y el comando de operaciones se confía a un militar. ¡Una extravagancia más del presidente de la República y sus iluminados asesores!
Empero, este evento encierra su lado positivo, ya que estimula a quien escribe estas líneas a insistir ante la dirigencia política de la perentoriedad de admitir sin reticencias la precariedad alarmante en que se desenvuelven nuestras fuerzas públicas y exhortarla a asumir, a renglón seguido, una actitud inteligente y responsable que se oriente a subsanar este tremendo déficit del Estado.
Entendemos que la vigente estructura policial no reúne las condiciones óptimas para garantizar la protección de la integridad física y patrimonio de las personas que habitan nuestro suelo. Y para deteriorar todavía más la inquietante situación, se agrega el vicio de la deshonestidad que campea en sus cuadros superiores y subalternos, hecho que contribuye a acentuar la debilidad institucional del organismo de seguridad interna. Obviamente, como en cualquier entidad oficial o particular, coexisten en simbiosis infectos y pudorosos.
En las fuerzas armadas, compuesta por el Ejército, la Armada y la Aviación, se advierte una fragilidad turbadora, no de hombres, hay que aclararlo, dado que los militares compatriotas poseen sobresaliente adiestramiento en defensa territorial, estrategias de combate y demás artes de la guerra; pero el punto raquítico, la anemia de ese cuerpo armado se localiza en su paupérrimo arsenal, privado de lo mínimo indispensable para honrar con dignidad la misión suprema consagrada en el Art. 173 de la Constitución Nacional.
Quien suscribe no es ningún técnico o académico versado en asuntos de resguardo interno ni mucho menos en cuestiones de custodia de la soberanía nacional; no obstante, y cual resultado de la atenta y objetiva contemplación de los sucesos y sus consecuencias, la lectura de textos conexos al tema en desarrollo, la ilustrativa conversación con gente experta en ambas materias, aderezada con la curiosidad impenitente del comunicador, arriba a la conclusión de que se impone una drástica reforma de la fuerza pública, un replanteo total de su actual composición, un borrón y cuenta nueva, instituyendo en su reemplazo una corporación única con funciones y cometidos inequívocamente definidos en una futura carta magna.
Una Guardia Nacional, o su símil con la denominación que surja del consenso político en consulta con los peritos, es la propuesta de esta columna. Tal cuerpo podrá depender directamente del primer mandatario o establecer un nexo político, una Secretaría de Estado que se ocupe del presupuesto, los nombramientos, ascensos, pases a retiro, bajas u otras tareas de orden administrativo ajenas al mando operacional de tropas que recaerá directamente en el comandante de la Guardia.
El total de las partidas presupuestarias, instalaciones militares y policiales con sus respectivos equipamientos y personal uniformado y civil, serán absorbidos enteramente por la novel institución. Se respetarán las antigüedades, los derechos adquiridos y la equivalencia en las jerarquías. Asimismo, se solicitará el consejo de países compenetrados con este tipo de organizaciones armadas.
La futura Guardia velará por la seguridad integral de la ciudadanía, a la par de encargarse de custodiar las fronteras de la infiltración criminal en sus diversas manifestaciones, quedando a cargo del poder político el sortear cualquier diferendo limítrofe que amenace nuestra jurisdicción geográfica, valido del ingenio y la sutileza diplomática.
Esta propuesta, naturalmente, caducará si se optare por potenciar superlativamente a la Policía y si, fundamentalmente, se resolviere rearmar a las fuerzas militares en dimensiones mayúsculas, tal vez una quimera a corto, mediano y largo plazo, mirando la abismal desproporción entre nuestro ejército y los de Argentina y Brasil, incluso el de Bolivia, a lo que cabe añadir que el estado paraguayo no dispone de los fabulosos recursos económicos, ni los tendrá en un futuro próximo, para sufragar la compra de armamentos de tecnología de vanguardia, aviones de combate, helicópteros artillados, lanza cohetes, tanques, destructores y demás buques de batalla naval, etc.
Finalizando, sea cual fuere las medidas que se tomen en los círculos de poder, lo verdadero es que alguna determinación urge de inmediato para corregir o por lo poco alivianar ese oneroso pasivo que representa nuestra fuerza pública.-
No necesitamos inventar nada, si el Paraguay nace como República con militares, ese es nuestro devenir.
En este tema tenemos mucha culpa, por pretender fulminar la fuerzas armadas, porque aparecieron algunos desubicados.
Lo que hay que hacer es que sea nuevamente escuela de formación y educación y muchas cosas más de la clase mas desprotegida de nuestro país, como lo fue en su historia.
Antonio F.