Por Cándido Silva
El bochornoso y execrable incidente escenificado por efectivos militares que en la madrugada del domingo último arremetieron a balazos contra la estación policial de Hugua Ñandú, Concepción, desnuda, una vez más, el trasnochado pleito entre miembros de la organización castrense y las fuerzas del orden, sorda pendencia que se remonta a varias decenios atrás y que con frecuencia pasaba desapercibida para los menos prevenidos.
Los que por las exigencias del oficio de informar nos obligamos a observar con mayor detenimiento el acaecer nacional en todas sus facetas, siempre percibimos en nuestro medio esa atmósfera de hostilidad entre militares y policías, donde éstos llevaban las de perder siendo sometidos a desprecios y humillaciones por aquéllos, dueños del poder real en épocas del autoritarismo de los cuarteles.
Esa grosera altanería, hoy sofocada, alabado sea el Santísimo Sacramento, no se circunscribía a los guardianes de la seguridad interna sino que se extendía a la sociedad civil en su conjunto, atemorizada por la arrogancia a veces brutal de los uniformados de verde olivo y sus equivalentes de la Armada y la Fuerza Aérea.
En contrapartida, los vestidos de caqui abrigaban hacia sus antagonistas una amalgama de sentimientos contradictorios que iban del odio y el miedo hasta la admiración y la envidia, producto no precisamente de la cobardía sino de la subordinación a que se hallaban forzados sus componentes, atendiendo que la Jefatura y los altos mandos policiales lo ocupaban oficiales generales y superiores del estamento castrense.
Esta situación anómala recién fue enmendada tras la destitución del general Alfredo Stroessner, con la creación de la Policía Nacional, en sustitución de la Policía de la Capital, confiándose constitucionalmente el mando de la institución a un oficial superior de su cuadro permanente, en ese entonces el comisario general Germán Franco, primer comandante salido de las filas policiales.
No obstante, la deplorable ascendencia de los militares proseguía, atenuada ciertamente por las disposiciones de la flamante legislación matriz de 1992 y las libertades ciudadanas reconquistadas. Y, sin intención de halago personal alguno, bien podemos aseverar que durante la comandancia del comisario general Mario Agustín Sapriza Nunes la Policía Nacional logró su completa institucionalización zafándose de la oprobiosa tutela militar.
Este clima de intolerancia entre integrantes de la fuerza pública refloto y salto a la luz en el contexto del Estado de Excepción que rige en cinco departamentos de la República. Militares y policías, involucrados en el operativo combinado supuestamente orquestado para capturar a los cabecillas de la banda de forajidos denominada Ejército del Pueblo Paraguayo (EPP), reanimaron sus vetustas rencillas y cual colofón del áspero relacionamiento una comisaría fue blanco del tiroteo de los destemplados militares.
Urge liquidar definitivamente esta absurda, estéril e irritante confrontación entre militares y policías, más aún considerando que ambos cuerpos armados no cumplen a cabalidad con sus respectivas misiones. En el caso de la policía, la venalidad que corroe sus cuadros y el escaso y obsoleto armamento que dispone para enfrentar exitosamente a las poderosas y temiblemente pertrechadas multinacionales del crimen, merma sus consecuciones y la malquistan con la comunidad.
En tanto que los militares adolecen del material bélico de avanzada para repeler una hipotética agresión armada proveniente de los países vecinos. Actualmente, nuestras fuerzas armadas son meramente de nombre y no están minimamente equipadas para ejercer a satisfacción su rol constitucional de custodiar la integridad territorial de la nación.
Ante ese desolador panorama, sería oportuno madurar la contingencia de crear una Guardia Nacional que se encargue de la seguridad interna y de la guarda fronteriza, fusionando Ejército, Armada, Aviación y Policía en un solo cuerpo con nuevos estatutos que reglamenten puntualmente los cometidos de la novel entidad.
Debemos ser conscientes de que los principales enemigos de la patria lo constituyen la delincuencia local y la internacional que opera en los lindes de nuestra geografía, y a contrarrestarlos victoriosamente tendremos que direccionar las voluntades políticas y ciudadanas.
Además, no pequemos de ilusos y ajustémonos a la realidad; ni en sueños estamos ni estaremos capacitados para sostener una guerra ni siquiera con Bolivia, menos todavía con Argentina, y sería para desternillarse de risa el pensar cruzar armas con Brasil.
En síntesis, meditemos seriamente la posibilidad de desligarnos de una policía corrupta y arcaica y de unas fuerzas armadas fantasma, para ceder espacio a una figura innovadora y acorde a las circunstancias que vivencia el país: una Guardia Nacional profesional, competente y comprometida con la nacionalidad.-
¡Como nos falta Stroessner!!! Con el dictador no habia robos, ni secuestros, ni asaltos, ni balaceras entre militares y policias, no viviamos enrrejados, saliamos de noche sin miedo, no habia ERP, habia seguridad, habia obras publicas por doquier que generaban manos de obra y trabajos……….ahora nada. Duele decirlo pero hay que decir ¡Cómo te extrañamos señor Dictador Alfredo Stroessner!